Todo prometía a que iba a ser una noche marcada por lo diferente, por esa heterodoxia que se deducía de un cartel en el que tres bandas de orígenes diferentes (black metal e indie rock) podían no lograr encajar o complementarse perfectamente. Y afortunadamente ocurrió lo segundo.
Texto: Salva Rubio
Fotos: Susana Manzanares

El concierto comenzó con los barceloneses Obsidian Kingdom, un grupo capaz de convocar tanto a una reducida audiencia indie en Cuervo Store (como en la que, si no recuerdo mal, fue su última ocasión en Madrid) como a los acérrimos de la experimentación vanguardista metálica que llenaban Caracol.

Y es que su elegida indeterminación visual y estilística, tan calculada y arty, tiene afortunadamente una traslación mucho más directa en el escenario, en el que la fuerza y la garra de sus raíces metálicas alcanza a cargar el escenario y, alejándose del manido enfoque lánguido del ideario alternativo, se convierte en una explosión física de desgarro y energía. Una ocasión de verles desgranar temas de su laureado “Mantis” y de apreciar en directo a un grupo que merecidamente publica sus discos con Season of Mist.

Tomaron el escenario poco después Esben and the Witch, un trío de Brighton que merece totalmente la categoría de “indie” pero cuya potencia estuvo a la altura y las expectativas del público metal de la noche. Hablamos de una banda con una trayectoria destacable para el tiempo que llevan formados y con una propuesta mínima en lo instrumental (una guitarra, un bajo, percusión) y minimalista en lo compositivo que bebe de fuentes tan variadas como lo gótico, el sludge, lo electrónico, el punk, el trance, el alternativo y el atmosférico, pudiendo hacer las delicias tanto de un fan de Neurosis como de uno de Radiohead: una banda, pues, a descubrir.

Por fin, al final de la noche, llegaron Sólstafir, los “rayos de sol del crepúsculo” en su idioma natal, el islandés. Hablamos de una banda que siempre ha tenido muy claro, desde sus primeros tiempos con aquel ya distante “Í Blóði og Anda” de 2002, su gusto por la vanguardia py que progresivamente (pun intended) se han ido distanciando de sus orígenes basados en el black metal.

Hoy en día son una personalísima banda, y lo demostraron sobre el escenario con una seguridad en sí mismos que personalmente ya me sorprendió en Hellfest, una apuesta que han llevado igualmente a lo visual con esa peculiar puesta en escena de tintes western que han acertado igualmente a introducir en su música. Sólstafir sorprendieron en directo, quizá por lo sorprendidos que ellos mismos decían estar ante el numeroso público que llenaba la sala, y que posiblemente fue lo que provocó la aparente larga duración del concierto, en el que hubo tiempo incluso para peticiones de sus ya de por sí extensos temas.

La banda estuvo en excelente forma, y he de decir que superaron mis expectativas. Su puesta en escena está tan medida (con cada músico en su puesto y su cantante Aðalbjörn oficiando de correcto maestro de ceremonias) como espontánea; se nota perfectamente cuándo un grupo pasa mucho tiempo en el local de ensayo y la compenetración, no solo musical, sino de feeling está en el aire.

Lo cierto es que Sólstafir lograron crear esa magia que solo a veces puede ocurrir de forma natural sobre un escenario, una comunión entre la banda, el público y el ambiente (el “momento”, podríamos decir) que tocó techos de una intensidad que personalmente, pocas veces he visto en directo. Fue un privilegio verles en plena forma, y pensar que quizá bandas como Led Zeppelin o Deep Purple (con los que la comparación no es descabellada, si no en el sentido musical, si en el trascendente) en algún momento de sus carreras pudieron tocar a ese nivel.

Hablamos de un grupo, pues, tan fronterizo como lo es su música, en la que se pueden encontrar influencias tan metálicas como de todo tipo, que además de no renunciar a su electricidad logra crear una melancolía que solo pueden transmitir algunas estrellas del country o el rock de carretera norteamericano como Johnny Cash o Bob Seger, a lo que el uso de instrumentos como el banjo, el piano o recursos como el e-bow suman intensas connotaciones de un desierto que más que rojo, parece el de las “arenas negras” o ˝Svartir Sandar” de su propia canción. Muchas otras desgranaron, en un setlist en el que no faltaron “Náttmál”, “Köld”, “Lágnætti” o el tema de cierre, “Goddess of the Ages” en el que fue, sin duda, un evento para recordar.

Gracias a Madness Live por hacerlo posible y por la sobresaliente organización.

Texto: Salva Rubio
Fotos: Susana Manzanares