Mi madre siempre me dice: “oye hijo, la convivencia es muy difícil; ten paciencia cuando salgas”. Una madre (queramos o no) siempre va a decir frases por nuestro bien y llenas de un sentido común que solo la vida te puede dar. Extrapolemos la frase a un contexto más concreto y heavy, en un paisaje hipnótico que rivaliza con los planos del Señor de los Anillos. Cada año se reúnen en el pequeño pueblo de Viveiro una legión de seguidores del heavy, del metalcore y del punk para imitar lo que hizo un tal Jesús de Nazaret: morir después de una cena digna de ser la última y resucitar al tercer día. En vez de cenar, lo que aquí se hace es caer en mosh y el headbang, todo ello se llama Resurrection Fest. Al poderoso cartel se había añadido todo un hit en los últimos días: un precioso sold out y toda la responsabilidad relacionado con ello.



Texto: Alex Hidalgo
Fotos: Miguel Viguera

¿Hubo nervios e inquietud? Si, esa es la gracia de ser seres humanos. Pero ver como todos los habitantes del pequeño pueblo gallego se vuelcan en cuidar a cada uno de los visitantes hace que crea en el ser humano. Durante esos días cae un importante beneficio en sus arcas y eso influye en su dedicación, pero la gentileza con la que los habitantes de Viveiro es natural y alejada del dinero. Te guían o te preparan un buen pulpo gallego con una sonrisa natural y sin quererlo te hacen plantearte tener una pequeña casa en su humilde pueblo.

Dejémonos de historias y vayamos a lo que interesa: el cartel. Desde Iron Maiden a The Offspring, el mítico Abbath a la leyenda juvenil que son Bullet for my Valentine para acabar con Obsidian Kingdom, Madball o los beligerantes Turisas. Se había reunido un gran conjunto de bandas variadas y se intuía una mezcla de público muy heterogénea. Como si de una gran familia se tratase, hubo unos pequeños conflictos como el de Bad Religion contra Bring Me The Horizon pero seré sincero: si no llego a leerlo por redes, no me habría enterado. La filosofía que predica la organización del festival gallego imperó y se respiró un ambiente de cordialidad de principio a fin. El público fue ejemplar, pese al cansancio del último día que convierte a tu mejor amigo en una pesadilla, la fraternidad no murió y se vivió un buen final de fiesta.

Todos sabemos que Wacken tienen la lluvia como su principal quebradero de cabeza. Este año una gran tormenta azotó la costa gallega y dejó una marca digna de Alemania en su terreno; pero la organización estaba preparada para catástrofes mayores y con muchas gotas de sudor dejaron todo preparado para el primer día.

Como bien decía antes, un precioso sold out destacaba este año. En vez de dejarnos abandonados mientras contaban dinero, la organización se dedicó a no permitir tapones humanos y a cuidar por nuestra seguridad en el recinto, en las carreteras y en los campings. La buena conducta de todos ayudó, pero por si acaso los servicios de urgencias estaban atentos para que nadie tuviese que lamentar nada. Por primera vez pude comprobar el funcionamiento del equipo médico, mi rodilla decidió castigarme por tanto ir de arriba a abajo y pude comprobar todo de primera mano.

Con tanto desgaste físico hay que cuidar la alimentación. Todo era posible en la zona acondicionada con una carta amplia para todos los gustos; todo ello bajo los pies de una veloz noria y con un mercadillo, un tanto pequeño, con camisetas para los más exigentes.

Cada año Resurrection Fest te da razones para volver. Ya bien sea por el sonido y juego de luces del escenario principal, aunque el Chaos Stage dejó más de un problema visible, o su cartel cada vez más sorprendente. ¿Harán caso a Bruce Dickinson y cambiarán? ¡Lo dudo! Pero Resurrection Fest demostró que se puede crecer de una forma humana y siendo conscientes que hay errores para ser solucionados, no para dejarlos olvidados.

Hasta aquí llegan estas primeras impresiones. Si pretendéis mudaros a Viveiro hacéis bien, tendréis un buen rincón donde descansar y podréis oler el poder de la música una vez al año, podréis sentir la fuerza de Resurrection Fest.

Texto: Alex Hidalgo
Fotos: Miguel Viguera