Al llegar me encuentro la sala Salamandra prácticamente vacía. Olvidaba mencionar que, a pesar de su incuestionable calidad musical y su dilatada experiencia, Das Ich sigue siendo un grupo desconocido para el gran público. La complejidad de sus composiciones y sus letras escritas exclusivamente en alemán los convierten en un manjar no apto para todos los paladares. Los promotores del evento, no obstante, achacan la falta de asistencia a la crisis y a los gastos navideños.

Tras unos minutos inhalando humo en la sala de fumadores en compañía de Stefan Ackermann – una mitad de Das Ich –, salgo a la sala principal para recibir a los teloneros. Se trata de Stigmatroz, un grupo barcelonés de origen uruguayo. Su afinidad con el grupo principal es bastante notable. No sólo son también un dúo, sino que además utilizan elementos escenográficos muy parecidos, como elementos de chatarrería reconvertidos en símbolos proto-religiosos o pinturas corporales.

En cuanto al apartado musical, Stigmatroz practican un EBM de corte duro, con la gran mayoría de sonidos pregrabados y otros pocos producidos en directo. Esto permite a Mauricio y a Fernando campar a sus anchas sobre el escenario mientras suena la música, mascullando, arrastrándose, o cubriéndose la cara con tinta y otras porquerías. Sus ritmos machacones y en especial su acento hispano me traen a la memoria otros grupos célebres del género como Hocico o Amduscia.El entusiasmo de los uruguayos es muy destacable y saben transmitirlo con naturalidad, sobretodo teniendo en cuenta lo difícil que es animar a una concurrencia tan poco numerosa. Aunque su música no es demasiado novedosa, el énfasis que ponen en la teatralidad resulta interesante.  En suma, y a pesar de que el sonido es bastante malo, creo que han dado un espectáculo correcto y a la altura de mis expectativas.

Después de una breve pausa en el fumadero, regreso al escenario esperando encontrar por fin al dúo bávaro. Pero cuál es mi sorpresa cuando aparece en escena un cuarteto liderado por una fémina muy engalanada. Los promotores nos explican que ha sido una incorporación al cartel de última hora, a cargo de la discográfica del grupo, Danse Macabre – dirigida casualmente por Bruno Kramm, la otra mitad de Das Ich –.

Beati Mortui son un grupo finlandés de reciente formación, cuya música se encuentra a medio camino entre el Gothic/Industrial Metal y el EBM más bailable. Su puesta en escena consiste en tres grandes pantallas – donde se proyectan secuencias célebres del cine expresionista – y un vestuario muy sofisticado, que resulta de lo más elegante en comparación con los harapos de Stigmatroz. Y atención al increíble parecido de su guitarrista Jarno con el agente especial Dale Cooper de Twin Peaks.

Su producción en directo tiene una factura impecable. El sonido de la guitarra y el bajo, muy matizado, se mezcla estupendamente con el del teclado y los samplers. Cabe destacar los múltiples efectos que su cantante Maria utiliza para modificar su voz, y me pregunto cómo conseguirá apretar los pequeños botones de su pedalera con sus gigantescas plataformas…

Los finlandeses llevan a cabo con eficiencia una actuación muy profesional. Su música resulta fresca y variada, y aunque anclados a sus respectivos instrumentos, los músicos se mueven lo suficiente como para dinamizar al público – que ha aumentado considerablemente desde el inicio de la velada –. Notable concierto del cuarteto de Helsinki que, con un aspecto bastante satisfecho, abandona el escenario para dar paso al plato fuerte de la noche.

Una sala a medio llenar recibe con ilusión a los cabezas de cartel. Das Ich lucen esta noche sus galas habituales. Stefan Ackermann ha pintado todo su cuerpo de rojo y viste unos ajustados pantalones también rojos. Su aspecto, acentuado por sus peculiares facciones, resulta de lo más inquietante. Bruno Kramm lleva su sempiterna túnica sacerdotal y dos gigantescos cuernos de pelo teñido sobre su cabeza. El escenario está totalmente desnudo exceptuando el teclado móvil de Kramm. Esta vez no han traído músicos de directo, y es que ellos dos se bastan para dar un buen espectáculo.

El concierto empieza con “Kannibale” el nuevo single perteneciente a su último lanzamiento. Desde el primer momento Stefan se arranca con sus histriónicas muecas y movimientos. Sus excesos interpretativos remiten a la tradición expresionista alemana y su tétrica voz es perfecta para acabar de crear un personaje inimitable. Sin dejar de danzar ni un momento, instiga al público a moverse, con divertidas burlas que van cundiendo entre una multitud que se anima por momentos.Se suceden las canciones a buen ritmo, y entonces acontece algo que nos sorprende a todos. Mientras el grupo toca “Garten Eden”, dos espectadores trepan al escenario y se ponen a cantar con Stefan. Éste ni se inmuta y prosigue estoicamente, tan sorprendido como nosotros. Al cabo de un buen rato aparece un miembro de seguridad para ahuyentar a los espontáneos, que vuelven a su sitio haciéndose el remolón. De pronto me viene a la mente que, no hace mucho, hubo serios altercados en esta misma sala por un motivo muy parecido.

Después del incidente, suena el celebrado clásico “Kain und Abel”. La versión en directo está mucho más orientada al baile que la original. Aprovecho para apuntar que en sus inicios, la música del grupo era mucho más intimista y fúnebre que en la actualidad. Ahora sus canciones son más dinámicas y desde luego mucho más aptas para pistas de discoteca – discoteca gótica, eso sí –, cosa que se ve claramente reflejada en sus directos.Las canciones más cañeras como “Kindgott” se han reservado para el núcleo central de la actuación, y arrebatados por el torbellino escénico que es Ackermann, el grueso del público empieza por fin a bailar, saltar y dar palmas. Stefan nos confiesa que estamos consiguiendo que éste sea un buen concierto para acabar el año. Animados, disfrutamos del espectáculo a la espera de los grandes éxitos del grupo. Y efectivamente, la traca final empieza con “Gottes Tod”.

Y entonces una cerveza termina trágicamente con el concierto. Sí, una cerveza que un energúmeno arroja a Stefan mientras canta. Éste, comprensiblemente enojado, recoge su micrófono y abandona el escenario. Su compañero Bruno, en una increíble muestra de profesionalidad, acaba la canción él solo entre los merecidos aplausos del público. Al acabar, se despide amablemente y sigue el mismo camino que su ofendido compañero. El respetable pide a coro el regreso de Ackermann, pero el telón cae y se encienden las luces. Ya me puedo ir olvidando de escuchar los himnos “Destillat” o “Die Propheten”.

A la salida, caras largas y una decepción generalizada a causa del coitus interruptus. En quejarme en voz alta de las deficientes medidas de seguridad, el portero se acerca y me explica que el susodicho energúmeno es un fan alemán del grupo que ya había dado problemas antes. No sé si pretende ser una excusa, pero a mí me suena a un motivo más para haber prevenido el altercado.

Mi apoyo incondicional a Stefan Ackermann, creo que cualquier músico profesional hubiera actuado de la misma manera. Y desde aquí una sentida queja a los responsables de seguridad de la sala Salamandra de Barcelona, ya es la segunda vez que un concierto acaba mal por culpa de su inoperancia.  Soy consciente que es muy difícil prevenir este tipo de incidentes, pero es su responsabilidad evitar que sucedan.Me marcho con muy mal cuerpo a casa, confiando en que Das Ich entiendan que en Barcelona no todos somos imbéciles alcoholizados y vuelvan otro año para quitarme este horrible sabor de  boca.

Texto: Rider G Omega – Colaboración con Empire Magazine –
Fotos: Rara M

Setlist Das Ich – Diciembre ’08 – Sala :

Kannibale
Der Schrei
Sodom und Gomorra
Atemlos
Garten Eden
Kain und Abel
Uterus
Schwanenschrei
Kindgott
Schwartzes Gift
Gottes Tod