Se dice que la megalomanía es propia de los genios. Y puede que también de los locos. Lars Ulrich y James Hetfield siempre han parecido gente cuerda (sobre todo desde que se hicieron adultos y olvidaron la forma de componer canciones con enjundia). Y el apelativo de “genios” les va ya un poco caduco. Vamos, que puede que en su juventud tuvieran (y de hecho tuvieron) una vena de excelencia compositiva que les llevó a crear algunos de los discos de heavy metal más grandes de todos los tiempos.
Emilio Morote

 

El problema es que de eso hace ya mucho. Metallica son hoy por hoy un filón agotado. Sí, es cierto: son la banda de metal más grande del mundo (aunque tal vez habría que pedirles la venia a Iron Maiden), pero con canciones que compusieron cuando tocaban de teloneros de grupos que ahora no les hacen ni sombra. Esto es, y no nos andemos por las ramas, Metallica viven de las rentas.

Hecha esta oportuna aclaración, entrar en harina en este disco es cosa nada peliaguda. Metallica, se dice más arriba, son ahora la banda megalómana por excelencia, caen en los mismos vicios que sus predecesores: The Who, Pink Floyd, Led Zeppelin… todos quisieron su película y todos la tuvieron. No hemos visto la cinta, ni creemos que lo vayamos hacer en un futuro próximo, así que nos ceñimos aquí a comentar un doble cedé en directo que no tiene mayor razón de ser que la puramente económica (tal vez, porque las ventas de discos ya no son lo que eran) y la de un onanismo artístico protagonizado por dos músicos que están encantados de conocerse a sí mismos.

El disco, no es ninguna sorpresa, se apoya en el material antiguo de Metallica durante casi toda su duración. Hay pocas concesiones a un material que no interesa a casi nadie, a casi nadie que los hubiera conocido en los tiempos en que en Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan. Discos como “St Anger”, el otro que hicieron con el fenecido Lou Reed, los dos “Load”, el último “Death Magnetic” en el que le banda se plagia a sí misma sin rubor alguno y consigue un pastiche sonrojante… Casi todo ese material, decimos, queda por revisar, hay alguna concesión para que el paisanaje no se percate demasiado pronto de que está ante un grupo que toca cosas hechas hace más de veinte años.

Pero el grueso de la actuación que aquí se ofrece se alimenta en temas de sus cinco primeros trabajos, los que compusieron antes de convertirse en estrellonas del rock abocadas a los vicios y malos hábitos de vida, ya saben: alcohol y lo que no es alcohol, fiestas privadas con modelos de alto estandin y alguna cosa más que nunca sabremos porque ser millonario es lo que tiene: que puedes hacer lo que te salga de los fundamentos sin dar explicaciones a nadie. A los que tienen dinero les huelen bien hasta los pedos, que decían en nuestro pueblo.

“Creeping Death”, “Orion”, “One”, “Enter Sandman”, “Hit the lights”, todas están ahí, las canciones con las que creció una generación que ahora se ha convertido, como sus ídolos, en cuarentones que, tal vez, prefieren ver los conciertos en la comodidad de su salón sin tener que mezclarse con una turba de jóvenes que adoran a Metallica ignorantes de que hubo un tiempo, muy lejano, en que esos hombres de pelo corto y mirada serena fueron adolescentes y jóvenes con acné que lucharon por abrirse camino en el difícil mundo de la música con tres o cuatro de los mejores discos de heavy metal de la historia.

Qué pena que hayamos llegado a esto.

Emilio Morote Esquivel

Temas:

CD1:

01 – The Ecstasy of Gold
02 – Creeping Death
03 – For Whom the Bell Tolls
04 – Fuel
05 – Ride the Lightning
06 – One
07 – The Memory Remains
08 – Wherever I May Roam

CD2:

01 – Cyanide
02 – And Justice for All
03 – Master of Puppets
04 – Battery
05 – Nothing Else Matters
06 – Enter Sandman
07 – Hit the Lights
08 – Orion

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