“Tocaremos un set list peculiar. Nada de clásicos, serán todos temas que no solemos tocar en directo, un regalo para los verdaderos fans de Opeth…” Eso nos contaba Michael Åkerfeldt horas antes de su concierto en Madrid. Un concierto que reunió, para mayor alegría de este polifacético músico, a más de 700 personas. “Cuando vinimos en 2003 teníamos delante a unos cien asistentes, ¿pero qué demonios es esto? pensé, espero que hoy vaya mejor…”

Esto también lo decía Michael, y creo que se habrá quedado bien tranquilo tras encontrarse con una sala Arena hasta la bandera de gente, y no una gente cualquiera, no: una multitud enfervorecida por la música de Opeth, unos fans acérrimos dispuestos a inyectarse en vena las dos horas de sonidos que los suecos se trajeron bajo el brazo.

Viernes 9 de diciembre. La cola a las puertas de la sala Arena ya es considerable a las 7 de la tarde. Han adelantado el comienzo de los conciertos y pocos se han dado cuenta. Aún así, cuando Burst salen al escenario a hacer de las suyas, la sala ya está bastante nutrida. Burst, muy curiosos ellos. Suecos también, como todo lo bueno, con un estilo musical propio, peculiar, una mezcla de death melódico, emo, algo-core, toques electrónicos…y muy contundentes. Tanto como la seguridad en sí mismos que parecieron demostrar- En tan solo media hora alzaron las manos del personal con los temas –sólo seis- de los dos últimos discos que han lanzado: un poco de “Prey of Life” y bastante de “Origo”, su último lanzamiento. Un efectivo vocalista Linus Jägerskog nos contaba que era la primera vez que pasaban por aquí y que estaban muy contentos. Su papel: impecable, a pesar de que para variar el sonido no fuera todo lo bueno que debería. Escoltado por sus compañeros de banda, que demostraron también tener unas sólidas tablas en esto de los directos, Linus y compañía se dejaron la piel interpretando temas como “Vortex”, “The Immateria” o “Rain”, los cuales pusieron al público a sus pies. Tremenda la actitud de estos tíos. Esperemos que vuelvan pronto por aquí ya que dejaron un muy buen sabor de boca.

Opeth tardaría un poco más en salir, pero finalmente lo hicieron y a lo grande. “We are Opeth from Sweden” se ha convertido ya en el grito de guerra de Michael Åkerfeldt cuando salen a tocar. Esto y “Ghost of Perdition”, primer corte de su último disco, “Ghost Reveries” fueron los detonantes de la histeria popular. Cientos de voces gritando nada más empezar al concierto hacían pensar que la noche se iba a presentar calentita.

Después de este pelotazo inicial que ya nos permitió disfrutar de la magnífica voz de Michael, la cual sonó perfectamente clara y nítida tanto es sus variantes limpias como guturales, venía una de las primeras sorpresas de la noche: “When”, del “In My Arms, Your Hearse”. La banda al completo se entregaba a su música. Martín Méndez, hecho un animal con su bajo, hizo una actuación magistral. Resulta alucinante ver cómo mueve el tío las melenas sin perder una nota. De sobresaliente estuvo también Martin Axenrot (Bloodbath) quien viene sustituyendo a Martín Lípez por encontrarse este de baja. Evidentemente la banda si López no es lo mismo, Axenrot no tiene el mismo “feeling” para Opeth que su batería original, está claro, pero hizo un excelente trabajo. Dejando aparte el hecho de que fuera capaz de tocar sin errar todos los temas del repertorio (a ver quien es el listo que se aprende un set list de Opeth por las buenas…) el tío hizo gala de una magnífica pegada. Quizá sonó más fuerte que lo que hubiera sonado López, digamos que es “menos delicado” o “más bestia”, como se quiera llamar, pero de todas formas estuvo genial.

Un punto a destacar de este magistral concierto fue el radiante humor de Michael. Si bien tiene fama de ser bastante callado, esta vez nos sorprendía a todos con unos monólogos entre tema y tema propios del Club de la Comedia. Hizo bromas y chistes varios con todo lo que se le ocurrió, hasta nos amenazaba con tocar un “shitty blues” (en sus propias palabras) cada vez que creía que el público no le hacia el caso suficiente. Guaseó con algo de Bruce Dickinson, se mostró cercano y alegre en todo momento. Un cambio que a algunos les tocaba las narices –más tocar y menos hablar, decían por ahí…-, pero que servidora no vio fuera de lugar para nada.

Después de este inquietante inicio del concierto venía una avalancha de temas, y con cada uno de ellos un motivo por el que dar por sentado que Opeth son grandes, muy grandes. Véase la paranoia de solos y guitarreos varios por parte de Lindberg y Åkerfeldt en el “White Cluster” de “Still Life”, o cuando enlazaron “Closure” (“Damnation”) con “Bleak” (Blackwater Park) de no sé que manera, pero fantásticamente bien… Por cierto que este “Closure” lo modificaron saltándose una parte –imagino que si no sería muy largo para directo) y cambiando otras con una improvisación muy bluesera. En este momento, y con los dos pisos de la Arena venga a hacer headbanging, cambiaron de tercio para ponerse con “The Grand Conjuration”, otra del nuevo disco, que sonó brutal. Este tema… madre mía, no hay palabras. Espero que a partir de ahora lo incluyan en todos sus bolos porque fue magistral, soberbio, magnífico… qué música, qué burrada de canción.
Tras esto, poco podían ofrecernos que nos pareciera mejor. Pero lo hicieron. Tras un “The Baying Of The Hounds” donde Per Wiberg, su teclista ya oficialmente incorporado, se pudo lucir a base de bien, Åkerfeldt, otra vez en medio de bromas del estilo de…. “os vamos a tocar un tema de nuestro primer disco. De eso hace ya 12 años. Si os gusta, muy bien, si pensáis que es una mierda, os podéis largar…” nos sorprendió con “Under The Weeping Moon” de ese vetusto “Orchid”. Y claro, el personal -y especialmente sus fans más frikis- fliparon. No podía ser de otra manera, claro, y tampoco cuando siguieron con “A Fair Judgement”, del Deliverance.

Michael ya avisaba a estas alturas que llevábamos hora y media de fiesta y que ya estaba bien, pero oye, que Opeth no viene todos los días a tocar, así que la sala en pleno le empezó a pedir los más variados temas. Tras acabar con este, llegó la gran incógnita: ¿con qué se iban a despedir? Este creo que fue el momento más decepcionante para muchos, ya que, en vez de poner un broche de oro con algún clásico entre los clásicos, la banda sorprendió con otra más del Deliverance, concretamente la que lleva el mismo nombre, un tema muy bueno y muy admirado pero que no era un “Demon Of The Falls” o un “Advent” que le estaba pidiendo a gritos. Aun así y sabiendo que esto era el adiós definitivo, nos entregamos a disfrutar de la banda como mejor pudimos, hasta que de una vez por todas terminó en medio de estruendosos aplausos.

Dos horas de Opeth de los buenos, como Michael había prometido. Un concierto de culto para todos los fans que se acercaron por allí, y que esperamos que se repita lo antes posible y eso sí, con el gran ausente, Martín López, ya recuperado.

Texto y Fotos: Lola Hierro
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