Yngwie J. Malmsteen lleva unos cuantos años tratando de salir del brete de destacar más como instrumentista que como compositor. Lo que para algunos no es un inconveniente, para otros se ha convertido en un rápido descenso a los infiernos del que difícilmente va a salir sin cambiar una fórmula que, aun funcionando, corre el riesgo de agotarse.

Sara J. Trigueros

A mediados de los años 90, Pirelli lanzaba una de las campañas que más huella han dejado en la historia de la publicidad. El eslogan, «power is nothing without control», que aquí se traducía como «la potencia sin control, no sirve de nada», me viene recurrentemente a la cabeza cuando escucho los nuevos trabajos de algunas viejas glorias del metal neoclásico.

Podríamos cambiar potencia por técnica, control por alma, y sería aún más afinado. El caso es que uno de los dos elementos sin el otro se termina dando un hostiazo tremendo contra el muro del aburrimiento y termina definiendo, no una imagen de marca, sino la versión musical de Sunset Boulevard, un largo y tedioso crepúsculo de unos dioses que ya no lo son tanto.

Parabellum, a simple vista, prometía. Y lo cierto es que no tiene ningún defecto llamativo. Pero es esa perfección aparente lo que termina resultando más decepcionante que haberle dejado al aire algunas de las costuras. Al menos algo habría sonado auténtico, lejos de la frialdad cerebral a la que nos tiene más que acostumbrados Yngwie J. Malmsteen.

En líneas generales, hay dos tipos de cortes en este trabajo: los que beben de influencias de la música clásica y los que exploran un poco más la creatividad de Malmsteen como compositor.

Entre los primeros no es difícil detectar «Presto Vivace in C# Minor», «Eternal Bliss», «Toccata» o «Sea of Tranquility», donde encuentran cabida ecos de Johann Sebastian Bach, Paganini, Johann Pachelbel o Johannes Brahms. Sujetos y contrasujetos, cánones, danzas húngaras, pasajes fugados… del barroco al romanticismo sin pasar por alto ningún período histórico relevante.

Yngwie J. Malmsteen – Wolves at the Door

En el otro lado tendríamos el single «Ralentless Fury», «Wolves at the door» o la que da título al disco. Temas no menos virtuosos e igualmente inspirados, pero con un poco más de personalidad.

A veces más accesibles, y también más experimentales, como es el caso de «God Particle», que alardea de un despliegue técnico sin parangón.

No obstante, pese a las virtudes técnicas (cuya contrapartida sigue siendo la sobrecarga), hay que añadir que tanto el aparato rítmico (especialmente la batería) como el apoyo de los teclados suena excesivamente artificial y, en este último caso, además, excesivamente almibarado.

Lo que, por otra parte, debería decir a su favor, es que no decepciona —o no debería decepcionar— a nadie. Malmsteen lleva con el rollo clásico desde los años 80. No ha inventado nada, pero llevó la guitarra a otro nivel, y ahí se ha quedado, repitiendo una fórmula en la que no niego que se puede encontrar cierto disfrute, cierto regodeo en los aspectos más técnicos.

Una fórmula que funciona, que sabe defender, y que repetirá —de eso podemos estar seguros— en el próximo álbum, que dudo que se diferencie mucho de éste.

Sara J. Trigueros
Temas

1. Wolves at the Door
2. Presto Vivace in C# Minor
3. Relentless Fury
4. (Sis Vis Pacem) Parabellum
5. Eternal Bliss
6. Toccata
7. God Particle
8. Magic Bullet
9. (Fight) The Good Fight
10. Sea of Tranquility