Estos son los comentarios, impresiones y demás cosas que la expedición al KobetaSonik comentó de vuelta a casa que, al fin y al cabo, siempre suelen ser los buenos por aquello de lo reciente que uno tiene la experiencia.
La organización del festival se merece una notable felicitación por nuestra parte ya que en todo momento se cuidaron aspectos tan importantes como el recinto, la limpieza y la seguridad. A este respecto, no obstante, comentar la pequeña anécdota de que para entrar a la zona de conciertos si llevabas un botellín de agua solamente te lo dejaban pasar si tirabas el tapón cuando, curiosamente, cuando pedías ese mismo botellín de agua en una barra del festival te lo entregaban completamente precintado (¿Dónde está entonces la medida de seguridad?). No obstante, y anécdota aparte, lo cierto que por todo el recinto podías encontrar numeroso personal de seguridad y eso siempre da cierta tranquilidad.
Como apuntaba, la zona del concierto era privilegiada, un lugar con zonas con árboles para poder echarte al fresco cobijado por sus sombras, amplias zonas llenas de césped y, en general, un bonito paraje donde daba cabida el descanso y el relax después de alguno de los conciertos.
En contra tenemos que hablar de la pésima variedad gastronómica ofrecida (bocatas y pizza) y sobretodo de lo desorbitado de los precios (4,5€ el bocata, 3€ una caña de cerveza y 8 euracos el litro).
A favor hablaremos de la puntualidad inglesa, sobretodo el primer día ya que el segundo se acumuló hasta una hora de retraso. No obstante cabe decir que tanta puntualidad llegó a agobiar porque en muchos casos llegar a un concierto a tiempo suponía renunciar a los últimos temas del anterior ya que la organización creo que no tuvo en cuenta el tiempo de desalojo que suponía salir de un mogollón de 20.000 personas.
En contra cabe insistir en lo incomprensible de la escasez de duchas. Un festival que cifra en 53.000 el número de visitantes no puede permitirse plantar solamente 12 duchas para toda una zona de acampada.
En relación al trato con la prensa decir que sufrimos el síndrome de la invisibilidad. Si bien es cierto que el acceso fue inmediato, no es menos cierto que nos sentimos completamente ignorados por la organización ya que no recibimos ningún tipo de información, ni de los set-list, ni de la existencia o no de ruedas de prensa ni de la existencia de alguna otra zona de prensa que la carpa que había al principio. Eso sí, en la penúltima actuación del festival descubrimos una zona de gradas en lo alto de un montículo con visibilidad de los dos escenarios y que resultó ser la zona de prensa donde, además, las bebidas eran algo más económicas.
De todos modos, y como conclusión final, el festival nos pareció no solamente espectacular sino a la altura de cualquier otro festival europero. Por primera vez pudimos asistir a un festival nacional al que ni el mismísmo Wacken le puede hacer sombra. Si que es cierto que para igualar a Wacken se podrían haber incluido algunas actuaciones en las carpas con grupos locales o de menor consideración que el resto, pero en general, la ubicación, la organización y la calidad de los músicos fue excelente.
Sin más que añadir, esperemos próximas ediciones para ver qué pasa.
Texto: Marcel·lí Dreamevil /
Vicente Ramírez
Fotos: Marcel·lí Dreamevil