En el año 2000 mi desafección por Judas Priest y Rob Halford era muy evidente. La partida de Halford en el punto más álgido de popularidad y con un disco que abrazaba nuevas sonoridades y que deba el punto más agresivo de su carrera. Después de parir una absoluta obra maestra para el género (Painkiller, 1990) la banda se desmoronó cuando el Metal God anunció que dejaba la banda.

Otro titán de la escena metálica, Bruce Dickinson, había abandonado la Doncella de Hierro un tiempo atrás. No sería esta la única coincidencia entre Rob y Bruce. Egos, cansancio, ganas de probar nuevas cosas… Muchos factores determinaron esas decisiones que, al cabo, llevarían a largos años de travesías por el desierto de las dos bandas más populares del Heavy británico y diríamos que mundial. El Heavy Metal padeció en los 90, además, el tsunami grunge que arrasó con todo y cambió la escena.

Halford siguió sus andaduras con Fight en un intento de cambiar y adaptarse. El disco debut (War of Words, 1993) no estuvo mal, sin convencerme del todo me sigue pareciendo un buen disco. Scott Travis, batería de la última época de Judas siguió acompañó a Rob en esta andadura. El Groove de Pantera se hacía evidente y las tendencias hacia el thrash, también.

Foto promocional para Resurrection

Con el segundo, la fórmula se agotó y, en mi caso, no le presté atención. Mientras tanto Judas Priest naufragaba con Ripper Owens intentando capear el temporal y con la misión imposible de substituir a uno de los cantantes más icónicos del metal. La película de 2001 con Mark Wahlberg al frente recreaba la historia de Ripper.

Jugulator (1997) y Demolition (2001) son su legado. Dos discos mediocres y que no llegaron a los estándares de calidad que la banda había mantenido muy altos prácticamente en la totalidad de su carrera.

Mientras los Priest se venían abajo, Halford hizo otra pirueta, astuta y afilada.

Con Resurrection (2000) Halford se saca de la manga un disco que deja pálido y medio muertos a los Judas de finales de los 90. Es bien cierto que la fusilada a Painkiller es evidente y las referencias a los JP se leen más o menos evidentes en el transcurrir del disco pero el mensaje estaba claro: “Queréis renacer? Pues aquí estoy yo”.

Rob Halford

Ahora, con el libro autobiográfico de Halford en las librerías (Confesión, 2021)  la historia del raise and fall de la banda queda más claro. Las interioridades y las luchas de Rob por mantener su identidad sexual oculta, los egos, los cambios en el panorama musical quedan relatados.

Así pues, nos encontramos con Halford rodeado de unos músicos solventes para demostrar que está más vivo que nunca y lanzar un mensaje de esperanza al mundo del metal clásico. La portada es ya otra evidencia: la motocicleta, estándar de la imaginería priestiana con Rob agarrado los mandos.

Para llevar a coba tal empresa la producción corrió a manos de Roy Z, que también había trabajado con Bruce Dickinson en sus álbumes en solitario. El resultado es demoledor. Le dio al álbum una pátina de sonoridad actual, moderno y efectivo.

Halford – Resurrection

En cuanto al álbum, no hay mejor manera de empezar y demostrar todo el poderío que con Resurrection. Aquí y allá encontramos guiños al Painkiller a su biografía personal… nunca un disco fue una declaración de intenciones tan clara.

El siguiente tema Made in Hell (por momentos me recuerda terriblemente a Eat Me Alive) es sencillamente apabullante. La batería de Bobby Jarzombek es impresionante. Qué pedazo de artista este tipo. Con guitarras dobladas, Rob paseando toda su categoría vocal, un temón impresionante.

Halford – Made in hell

El power metal también tiene su representación en Night Fall o Cyberworld. El arranque del disco deviene impresionantemente intenso. Con la banda alcanzando cotas muy altas. Si Halford quería demostrar quién mandaba, lo estaba consiguiendo y con nota.

Aunque si hay que destacar un tema, aunque sea por lo que representa, ese sea The One you Love To Hate. No siempre se tiene la oportunidad de escuchar a Bruce Dickinson mano a mano con Halford. Dos artistas que siguieron caminos paralelos en su relación con su banda. Un gran combate vocal aliñado por un riff violento que parece levantar a los dioses metálicos dentro de un huracán desatado.

Rob Halford con Bruce Dickinson

Pero estamos en los 2000 y se notan las influencias de la época: Fetish reverbera los ecos del Nu Metal y, en Twist las influencias de la época también quedan claras: White Zombie o Marilyn Manson. No es un gran tema pero si prefigura como se movía el mundo del metal en los inicios del siglo XXI con todo el terremoto de nuevos estilos y bandas luchando por ganar terreno perdido y no perder el tren.

Otro tema destacado es Slow Down. Los riffs que despachan Patrick Lachman y Mike Chlasciak no se pueden definir más que de demoledores, poderosos. Un corte para paladear a gusto.

El legado Priest sigue bien vivo con Sad Wings (con claras referencias al álbum de 1976, Sad Wings of Destiny) o Drive dónde los motores, el cuero, la carretera se unen en un tema de temática trillada y al cliché y estética que impuso Rob en el mundo del metal.

Si bien el disco puede que se alargue innecesariamente en algún momento, en términos generales es un bombazo. Fue el instrumento para que los Priest se unieran de nuevo, sí, pero al mismo tiempo un discazo de metal que bebe de las fuentes de la época sin perder las señas de identidad del género, producido maravillosamente y rematado por unos músicos más que solventes y un tipo, Rob Halford, que volvió a demostrar el porqué de su apodo. Si este disco lo hubiera firmado Judas Priest, probablemente estaría en lo más alto, al menos de la época más dura de la banda.

Tras 21 años de su publicación sigue sonando increíble.

Si el Metal es una religión Rob Halford es su Dios, su Metal God.

Marcel Palagós