La discografía de Witchcraft es una maravilla. Desde el ya lejano Witchcraft (2004) hasta el penúltimo disco de estudio publicado Nucleus (2016) Magnus Pelander y los suyos (sean cuales fueren los mimbres que formaban la banda) han generado cada vez unas expectativas más altas. Subiendo peldaños a pasos agigantados y ganando adeptos disco tras disco, concierto tras concierto. Witchdraft era, es, un valor seguro, una máquina no perfecta, si no orgánica, electrizante, punzante e intensa.

Cuatro años sin nuevo material se pueden hacer largos, muy largos, más incluso si tenemos en cuenta la categoría de todas sus grabaciones y, en especial, Legend (2012) y el mencionado Nucleus, sus dos últimas publicaciones dejaron el listón altísimo. Han pasado muchos músicos por la banda y, actualmente, solamente Pelander queda de la formación original. Magnus es el capo del cotarro. Él es Witchcraft y, eso, a veces puede suponer un problema.

Y de repente, Black Metal.

La última jugada está servida, qué encontramos entre los surcos de este LP? Bueno, nada de lo hecho anteriormente por la banda sirve aquí. Black Metal es otra cosa, una apuesta personalísima, una grieta por donde echar un ojo a los infiernos interiores de Magnus Pelander.

¿Por dónde empezar? En primer lugar, si esperas el Doom, Occult Rock, refriegas setenteras cargadas de psicodelia ni, por supuesto, Black Metal al que alude el disco: lo siento, pero no. Aquí no. Este Black Metal es Magnus, su guitarra y la depresión, su angustia. Nada más. No hay riffs, no hay electricidad no hay furia. El hastío, la depresión, los sentimientos más oscuros se hacen sonido y este sonido se funde con la voz quejumbrosa del sueco Pelander.

En poco más de media hora se despachan siete temas que reman en un mar oscuro, bajo un plomizo y amenazador cielo gris preñado de nubes de tormenta. Es un disco corto y aun así por momentos se puede hacer algo largo. No es problema del formato, del acústico, el problema es la monotonía del disco. Una monotonía apenas truncada en la penúltima canción del álbum: Sad Dog, dónde los arpegios toman algo de protagonismo secundados por una delicada línea de piano.

Aun con todo es un disco que hay que escuchar y saborear con calma y la mente abierta. Se puede tomar este trabajo como un todo, un largo camino acompañando a Magnus Pelander a través de su éxodo por el desierto.

Pero falta algo…basta la intro de Malstroem (Nucleus), por ejemplo, para darse cuenta que lo uno espera, es más, mucho más. Incluso si se trata de un disco desnudo, la calidad de Magnus da para más y este es el punto del álbum.

¿Qué se puede disfrutar? ¡Por supuesto!

¿Qué es lo que uno espera o querría escuchar? Quizás no, probablemente no.

Aun así, hay que darle escucha, hay que prestar atención. Por qué si, porque la expresión tan íntima del dolor merece, al menos, la aproximación con respeto. Porque las bandas no deben hacer lo que el público quiere, eso no es arte, eso es encargo. La expresión artística debe ser libre y, en nuestras manos está tomarla o desecharla.

Si apostamos por esa fórmula, bienvenido sea este nuevo disco: no será el mejor de su carrera ni de lejos pero si un paso tan arriesgado, un desgarro emocional tan evidente que quizás, bajo ese prisma le puedas sacar más jugo del que pareciera a simple vista.

Sad Dog, Elegantly Expressed Depression y Grow son, para mí, los temas que más destacan del álbum. Son buenos temas, aunque todo el disco tiene el aire de crudo, por hacer. Una raw version de lo que podría haber sido un disco mucho mejor.

Lo más recomendable es encarar el disco sin pensar que se trata de la sexta entrega de la banda. Quizás como ejercicio catártico de Magnus. Escucharlo sin prejuicios y sin la expectativa que genera el pasado. La parte más vulnerable del artista queda expuesta, sin tapujos, sin armadura: sin nada…así lo vais a ver llegar, sin nada.

Marcel Palagós

Temas:
Elegantly Expressed Depression
A Boy and a Girl
Sad People
Grow
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Sad Dog
Take Him Away